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El consumo, Luis Buñuel y Elías Canetti.
Canetti da una introducción en su libro Masa y poder al tópico de la psicología del comer, de manera concisa en el capítulo “Asir e incorporar”. Nuestro ejercicio del poder, el actual, el que todos conocemos y ejecutamos, está basado en una herencia generacional, rasgo antiquísimo del ser humano: la cacería y la digestión.
La
mano, herramienta que perfeccionamos gracias a la selección natural, con una
concavidad cada vez más perfecta y con dedos más sensibles, es la antesala a la
digestión, al consumo de la presa; se salta sobre el animal y se le toca, se le
conoce, intensión muy diferente a la que se observa en el mundo animal. Ahora
bien, la digestión es propiamente un proceso que empieza en la boca, los
dientes apresan y después el estómago
incorpora el alimento, como haciendo
nuestros la fuerza y la rapidez del animal. Ese mismo proceso podemos
entenderlo como el proceso del poder.
Tal
vez Canetti no lo expresa de esta forma, pero Masa y poder es una biografía antropológica de la violencia, según mi
interpretación, donde se separa a la masa del poder y se ven retratadas las
características de las frustraciones.
En
1972 se estrenó la película Le charme
discret de la bourgeoisie, El
discreto encanto de la burguesía en su traducción al español, cuyo guión
fue autoría del director, Luis Buñuel,
junto con Jean-Claude Carrière. Ganó
el Óscar a mejor película extranjera y le valió una nominación Óscar por mejor
guión original.
En
el film, los amigos de Henri Sénéchal llegan a la casa de éste para cenar, pero
hubo una pequeña confusión: su esposa, Alice Sénéchal se encuentra en bata, a
punto de dormir, puesto que nunca se le avisó que ellos estaban invitados esa
noche. No creyeron posible tal errata, así que se van a un restaurante de paso
para que la reunión no fuera en vano, incluso, llevándose a Alice ataviada con
su pijama.
Ese
es sólo el inicio de una serie de reuniones frustradas, unas por razones
cuasi-razonables, otras, por una angustiosa confusión entre el mundo real y el
de los sueños. Existen diversas interpretaciones respecto a la trama, pero hay
una regla que impera en esta historia: la frustración por no poder reunirse a comer.
Buñuel,
a este respecto, manifestó su negativa ante las interpretaciones que
consideraban la historia algo rebuscado, pues, afirmaba, no había ningún
mensaje detrás de la película –así como dijo sobre muchas de sus otras obras.
La idea surgió porque su productor había invitado a unos amigos a una cena en
su casa, y había cometido un doble error: no decirle a su esposa y olvidar una
cena que tenía justamente esa misma noche. En todo caso, Buñuel sí reconoció
que la historia refleja la angustia, pues a él le gustaba tratar las
frustraciones. Decía que si en El ángel
exterminador los burgueses no podían salir de la cena, en El discreto encanto de la burguesía no
podían ni asistir a ella. Este pensamiento del director es el que me interesa
de la película.
Siguiendo
la historia, el grupo de amigos llegan a algo parecido a una fonda. Se sientan
confortados, se acomodan y esperan con ansias ser atendidos, excepto por las
mujeres, las cuales notan un ambiente extraño en el lugar. Gracias a sonidos
que provienen de la cocina empiezan a investigar qué es lo que está pasando
ahí. Encuentran, detrás de una cortina, una escena espeluznante para los personajes:
se está llevando a cabo un velatorio. Una muta
de lamentación que despide a uno de los integrantes del restaurante. Retomo
a Canetti: los personajes deciden huir de tal situación por un instinto
natural, y es que, a punto de comer, la presencia de un cadáver les recuerda a
lo hediondo e inmóvil de las excreciones.
Los
personajes Rafael, François y Henri están envueltos en negocios turbulentos,
tráfico de drogas y lavado de dinero, una clara crítica al enriquecimiento
desmedido y a la clase política corrompida. Ésta es la razón, curiosamente, del
segundo intento fallido para reunirse a comer, pues al visitar de nuevo la
casa, Rafael y François sospechan que los Sénéchal les han preparado una
emboscada, siendo que ellos retozan en ese momento en el jardín de la casa. El
grupo de amigos huye de ahí, con una manifiesta inconformidad por parte de
Florence y Simone.
Una
escena memorable: el salón de té. Florence, Alice y Simone van a una cafetería
o salón de té donde se encuentran con un sargento que les cuenta una triste y
extraña historia. Ellas, entre tanto, piden al mesero sus bebidas, y éste les
da tres negativas. Todo se ha acabado. No hay agua, no hay té, no hay café. El
enfado y la frustración en ellas van en aumento con cada negativa. « ¿¡Pero es
que aquí no hay nada!? » exclama una. Ellas, con todo su dinero, con todo el
poder que les confiere ser un comensal, no
han podido lograr que el mesero les trajese una simple bebida.
Una
nueva reunión en casa de los Sénéchal. Están a punto de comer y todos están
dispuestos en sus lugares, con utensilios a la mano; hay cucharas pero también
tenedores y cuchillos. Tal como lo diría Canetti, cuando un grupo de personas
se reúne a comer abandonan el instinto de comerse entre ellos, comer entre
iguales comunica la intención de no querer comer al otro, aunque eso sí, los
utensilios reflejan que cada uno está armado de cierta forma para defenderse.
Ahí es cuando llega el ejército, una de las instituciones más representativas
en la esfera del poder. Una guerra se desarrolla muy cerca en esas tierras y
apenas se nos muestra. Primero se detiene la cena para invitar al pelotón, pero
se termina interrumpiendo por la orden de que ya viene el ejército enemigo.
Todos se quedan turbados pero el coronel no quiere verse ingrato y los invita a
su casa a cenar.
Después
viene un doble sueño que tiene Henri Sénéchal y después François Thévenot,
donde en una embriagante lucha entre la realidad y lo onírico, los personajes
siguen sin poder comer juntos. Podemos decir que el discreto encanto de la
burguesía es el consumo, acto
indudablemente poderoso, y la frustración del grupo de amigos es el no poder comer.
Buñuel
no sólo entreteje una frustración para los personajes. La sociedad de consumo
está reflejada en todas las vertientes del entretenimiento y hasta del
pensamiento. Nosotros, como espectadores, somos consumidores que desearíamos
saber, por ejemplo, qué significa que los personajes caminen por una larga
avenida, por qué al campesino no le gusta Jesucristo o qué diálogos se esconden
tras los ruidos. Buñuel frustra el
consumo en dos direcciones: en su ficción y hacia el espectador.
Para
concluir no se podría hacer notar otra cosa: Buñuel fue un mentiroso en cuanto
al mensaje. Paradójicamente, las
películas más enigmáticas de su realización son aquellas en las que no arrojó
muchas luces. Hay críticas que él hizo a conciencia, pero no quiso confesarlas
ni siquiera a su coguionista, Jean-Claude Carrière. Es posible que todo esto, entender
que en el film se refleja el no – poder
y su consecuencia, la frustración, sea resultado de una mirada que no se limita
a las declaraciones del artista, pero que sí podemos deducir viendo las últimas
escenas de la película. En todo caso, y recuperando el sentido del título de
este breve texto, se podría pensar que hay muy poco ejercicio del poder en El discreto encanto de la burguesía, y
eso es lo primero que impacta al espectador, porque ya sea empleando una lectura
de segundo nivel o viendo la película como simple ficción, podemos sentir que
el no poder no es necesariamente
ausencia de éste.
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